viernes, 8 de abril de 2011

Secuestrado

He sido víctima de secuestro en mi propia casa. Fue tan sutil que no me di cuenta y apenas el día de hoy, como si un tren me pasara encima, me descubro en esta situación por demás penosa.

Creería que todo empezó hace 14 meses, pero creo que fue mucho más atrás, con Adriana.

Adriana era bonita, tenía unos dientes blanquísimos contrastantes con el tostado tono de su piel, cabello negro y unos ojos donde, en algún momento pensé en quedarme. Salimos durante 7 meses antes que comenzara con sus preguntas incómodas: “¿Qué somos?”, “¿Cuándo me presentas a tus padres?”, “¿Me acompañas a una fiesta?”.

Simplemente sentí que me quería echar una correa encima y tenía que salir de ahí. Le escribí una carta explicándole, muy torpemente, mis razones para no poder continuar con ella y seguí con mi vida tratando de no recordarla. No recordarla era muy difícil ya que, tratando de inmortalizar su mirada había colgado en el pasillo de mi departamento una fotografía de sus ojos.

Ahora, mientras escribo esto pienso mucho en Adriana, debí haberle dicho lo que quería escuchar, ir en Navidad con mis padres y la siguiente con los suyos; quizá ahora podría tener la libertad tan siquiera de escoger un programa en el televisor.

Pasaron algunos años, y algunas más, pero nada memorable. Hasta Sandra.

Con Sandra las cosas fueron muy diferentes, fue ella quien estando en la línea del banco me invitó a tomar un té, y después me dejó plantado. Quizá fue por orgullo que regresé al mismo banco todos los días a la misma hora durante un mes. Al mes exacto me la encontré de nuevo, me envolvió con su perfume, sus labios pintados de rojos y su minifalda. Al poco tiempo me convertí en su juguete, me traía como una pelota de un lado a otro, estaba siempre dispuesto a ella y al tiempo que quería regalarme. Hace 14 meses pregunté: “¿Qué somos?”.

Lo que pasó después, a pesar de ser durante más de un año, no lo noté. Fue como la vieja técnica del caballo de madera en Troya. Sandra llegó con una caja que dejó en un rincón del departamento, no la noté.

Después fueron las velas en el baño, bonito toque, pensé.

Y hoy, 14 meses después de mi pregunta, el caballo de Troya ha sido abierto y ha dejado a su paso cortinas, mantelitos de bambú, vasos de cristal, floreros, inciensos, portarretratos y tres diferentes vajillas que se utilizarán dependiendo el evento.

Hoy estoy secuestrado en mi propia casa, o lo que creía mi casa. No reconozco la decoración, ni el mobiliario, el frasco de café fue reemplazado por una caja de té, en el televisor siempre hay telenovelas; las harinas, la carne y las grasas son un recuerdo lejano.

Y pienso en Adriana, en todo lo que perdí por miedo a terminar así. Pienso mucho en ella y busco su imagen en el pasillo, pero ahora sólo se encuentra un clavo vacío.

3 comentarios:

Kate dijo...

Hola zuzu, bienvenid@ al taller.

Encuentro muy entretenido tu relato. Utilizas todos los elementos comunes e hilas la historia de forma muy acertada. El texto es corto sin ser inexacto y descriptivo sin ser tedioso.

Una que otra coma de más, pero del resto la escritura está muy buena.

¡Saludos!

Azhul Fugaz dijo...

Batallo mucho con la puntuación, ya lo verán en todos mis textos :)

Gracias por la bienvenida, soy de México y tengo 27 años.

M dijo...

Hola Zuzu! perdona la tardanza en comentar...

tu relato me pareció buenísimo! lo que más me llama la atención es la forma en que utilizaste los objetos comunes, más que como "cosas", como situaciones, por ejemplo "me traía como una pelota de aquí para allá"...

No noté nada raro en la puntuación y en realidad no se me ocurre nada que pueda sugerir para mejorar el relato, me pareció actual, ameno, entretenido, fácil de leer y simplemente me encantó la forma en que hilaste todo :)

Bienvenida al taller!